Crónica de una abucheada anunciada

La gira de la Presidenta Claudia Sheinbaum, iniciada tras su primer Informe de Gobierno, llegó a Querétaro el pasado 13 de septiembre. Lo que pretendía ser un ejercicio novedoso de cercanía con la ciudadanía terminó por convertirse en un retrato claro de la tensión política en el estado y de los errores de cálculo de quienes buscaron controlar un evento que, inevitablemente, tenía destino de abucheo.

 

El escenario elegido sorprendió desde el inicio: el Centro de Congresos. Un recinto imponente, pero aislado, poco accesible y cargado de simbolismo elitista. Para muchos simpatizantes de la 4T fue una ofensa; la distancia física terminó siendo también una distancia política. A diferencia del Estadio Corregidora o el Auditorio Josefa Ortiz, el lugar parecía diseñado no para convocar al pueblo, sino para filtrar y controlar el acceso.

 

La mañana lo dejó claro. Mientras las filas crecían y el estacionamiento colapsaba, diputados, senadores y militantes morenistas —algunos caminando la empinada subida desde la carretera 57— se enfrentaban a puertas cerradas y a la arbitrariedad de filtros que desconocían incluso a representantes populares. La señal era inequívoca: dentro había invitados a modo, fuera, cientos de ciudadanos que se quedaron detrás de las vallas.

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Adentro, el ambiente se dividía en dos mundos. En las primeras filas, un ejército de animadores marcaba el compás de las porras: “¡Gobernador, Gobernador!”. Al fondo, dispersos pero firmes, se escuchaban los reclamos de quienes gritaban “¡No al Batán!”. La atmósfera estaba cargada, el choque era inevitable.

 

El clímax llegó con la intervención del gobernador Mauricio Kuri. Arropado al principio por un coro ensordecedor, apenas avanzaba en su discurso cuando los inconformes se organizaron con una fuerza que superó al sistema de sonido. “¡Fuera Kuri!”, tronó desde varios puntos del recinto. El mandatario, sorprendido y visiblemente incómodo, intentó acallar con un “¡perense, perense!”, pero el abucheo ya se había consumado. Molesto, acortó su participación y cedió el micrófono a la Presidenta.

 

Claudia Sheinbaum, con gesto severo, pidió respeto para el gobernador. Un gesto de cortesía institucional, pero que la desconectó de lo que afuera se vivía: la frustración de quienes caminaron kilómetros para llegar, el tráfico y el caos vial que se desató, y sobre todo, el enojo social que no se borra con vallas ni con animadores.

 

El error de cálculo fue evidente. En Querétaro, apenas unos días antes, Kuri había llamado “mezquinos” a quienes se opusieron a su proyecto del Batán. A ello se suman los problemas acumulados: placas caras y despintadas, un 5 de Febrero inconcluso, el cárcamo inservible, inundaciones, cortes de agua. El caldo de cultivo estaba listo, y la estrategia de blindar el evento solo avivó el fuego.

 

La crónica no es solo la de un abucheo, sino la de un gobernador rebasado por el malestar ciudadano y de una Presidencia que, al optar por la cortesía, dejó pasar la oportunidad de escuchar al pueblo que tanto dice defender.

 

Los medios complacientes no tardaron en calificar de “radicales” a los inconformes, responsabilizando a las figuras de Morena. Pero la realidad fue otra: no se trató de un montaje, sino de un grito espontáneo, nacido de la inconformidad acumulada. Y mientras más insistan en descalificarlo, más se encienden las redes y más crece el rechazo.

 

La lección es clara: en política, controlar los accesos nunca controla las emociones. Para la próxima, más que filtros y porras ensayadas, se necesita socializar, dialogar y reconocer que, en Querétaro, el grito de “¡Fuera Kuri!” ya no es consigna de unos cuantos: es el eco de un hartazgo que no se puede esconder.

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